“Sostener una espiga de cereal en las manos
y recordar que la vida sigue siendo fructífera
en un mundo que está continuamente penetrado
por todas las formas de muerte”.
Anónimo
SABIDURÍA
Esta mañana mientras iba de una oficina a otra escuché en algún noticiero algo sobre la responsabilidad de los gobiernos para ocuparse de los desechos tóxicos y no tóxicos (al final si no se confinan de manera adecuada todos son foco de contaminación) y mi mente, ya saben, voló. Pensé en esta ciudad, en este país, en este mundo como si fuera mi casa. Recordé que esta misma mañana más temprano llamó mi atención unas bolsas de basura ya rotas y dispersas por la banqueta que seguramente el empleado de la basura no vio o que el vecino sacó una vez que el camión había pasado. Y mientras me conversaba con mi mente. visualicé mis calles, mi comunidad y mi CP como una responsabilidad compartida pero como una responsabilidad que emana del que produce la basura que ilusamente colocamos en bolsas negras, blancas o de algún súper, esperando que al desaparecer de la vista o del horizonte doméstico o industrial, desaparecerá también del planeta y por lo mismo sin producir daño alguno. Nos gusta esa ingenuidad en casos como éste. Nos gusta pensar que podemos usar todos los pañales desechables, las bolsas que contienen jugos, refrescos o aguas frescas “para llevar” sin ninguna consecuencia más que nuestra propia limpieza o digestión. Nos sentimos fuera de la cadena en donde somos uno de los eslabones más importantes de la producción y confinamiento de desechos de variedades inusitadas. Me imaginé proponiendo a la industria y a la empresa darse a la tarea de procesar sustentablemente sus propias escorias, idear sistemas que reciclen, re-usen o reduzcan; pero de inmediato los vi diciendo que sí pero haciendo las artimañas necesarias para aparentar que se hace con tal de no recibir multas o castigos administrativos o judiciales. Finalmente rediseñar sus sistemas cuesta y mucho. “Vi” los procedimientos que el gobierno utilizaría para verificar y supervisar que la norma se acatara y no solamente se aceptara de palabra, y me dí cuenta de que esos sistemas estaban conformados por empleados que ganan tres pesos, que tienen nula consciencia ecológica y lo que buscan es elevar el ingreso mensual sin importar a costa de qué se obtiene. Y no creo que porque seamos esa raza en cuyas entrañas habita la maldad de la mano de la facultad del raciocino, o porque por generaciones el más listo también ha sido el menos generoso o porque el menos favorecido también ha sido el más flojo, o porque el menos capaz es también el menos interesado. Factores, hay todos. Pero la idea de ver la ciudad o cuando menos la colonia en donde una vive como propia, y adecuar ese pensamiento a lo que de nuestras casas sale a la calle y a los servicios públicos de los que todos nos servimos y alimentamos, me pareció una idea sencilla que cada quien puede adaptar según los usos y costumbres de individuos y familias. Separar la basura, comprimirla, clasificarla y hasta limpiarla podría mejorar la vida hasta de los pepenadotes, quienes sobreviven y algunos hasta se enriquecen, pero que seguramente más que afectar esta cadena podríamos modificarla y enriquecerla. Hace días se hizo el intento de que el sistema educativo público de nuestra ciudad tomara cartas en el asunto colaborando en programas que ayudarían a niños y padres de familia a educarse en este rubro, pero los lidercillos –que siempre hay uno por ahí- bloquearon el proyecto y se quedó el plan en un sueño con buenas intenciones. Seguramente dieron buenas excusas y buenas razones. Y así son muchas cosas en este país. “Las ganas o la voluntad” –como dicen los políticos- existe. Pero existen con ello demasiados intereses que ven en todo esto la forma de secuestrar el bienestar de la comunidad buscando puestecillos y algo de poder. Y así será hasta que lo permitamos o alguien con mucha sabiduría ponga un hasta aquí, lo cual como lo vemos desde el lado ciudadano: urge. Necesitamos ese alto en tantos lados que amerita una columna por cada uno de ellos. Digamos nada más que no es un alto autoritario pero es un alto que debe venir de la autoridad porque la ciudadanía le ha dado esa facultad y porque es quien tiene los recursos logísticos para llevarlo con la civilidad que todo asunto ciudadano requiere. En fin, eso procesé de una oficina a otra; de un lado a otro de la ciudad soñé mientras manejaba que san Luis podría verse como nuestra casa, cuando menos como la mía, cuando menos limpia.
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