-LA JOROBA DEL CARACOL- PRODUCTO DE FICCIÓN
Marta Ocaña
Los cables de mi pensamiento estaban tensos; no podía dejar de recordar aquella imagen en la que mis hermanos arrebatados de ira se daban de moquetes tan fuertes como dos chiquillos pueden llegar a imponerse el uno al otro. Esos momentos habían marcado mi infancia y han viajado conmigo desde hace 30 años sin dejarme descansar ni siquiera los fines de semana, en los que busco apagarlos mediante visitas a psiquiatras, terapeutas, gurús de la meditación y cualquier clase de medicina alternativa que a mi paso encuentro. Es por demás. Las imágenes retoman su lugar, reclamando un sitio en mi consciente, pues aburridas están de haber habitado en su contrario. Tiro una moneda en el territorio de lo desconocido que me ayude a tomar una decisión, una sentencia que me sea dictada y que ponga fin a la persecución de estas ideas que hacen de mí un muñeco de trapo, un espantapájaros en un campo olvidado por los cuervos o las garzas, un espíritu de carne que ni trasciende ni se materializa.
Nada; la moneda cae parada y así sostenida me indica que no tengo respuesta. Decido tomar mi bicicleta, la de mi juventud, la de mis hijos, la que me lleva al pan o a las tortillas. Pero esta vez quiero que me lleve al cielo y así se lo ordeno. Ella se queda inmóvil como si no me hubiera escuchado. Como si mi voz fuera muda; como si mis intenciones le importaran un carajo. Me enfurezco y la aviento. “habrá otra forma de llegar a cielo”.
Camino hacia la ventana y miro su reino: el reino de la ventana. Ella está ahí erguida, transparente y silenciosa. Domina desde su trono y su marco todo el horizonte; éste le obedece y se dedica a vivir y permitir la vida: accede al paso de las hormigas, la velocidad del viento que solo es brisa; dispensa la presencia de los árboles, de los peatones y los chóferes de automóviles que frente a ella pasan. Nada la inmuta
Es hasta que la tarde muere cuando decide ser alumbrada, reconocida, resucitada: magnificada. Y sólo cuando la casa duerme se permite el descanso. No cuenta conmigo y mis rabietas. No se ha hecho cargo de las voces que me acosan ni de los planes que mi pierna eléctrica construyen. Ella es altiva en su transparencia.
Decido vengarme de ella. Decido vengarme de mis hermanos. De su golpes secos. De su boca sangrante, de sus pulmones casi sin aire; de sus ganchos al hígado; de su angustia y de la mía. De mi zozobra y mi impotencia. Decido subirme en la joroba del caracol. Ése que se ve desde la altiva ventana de mi cuarto. Decido montarme y perderme en la infinita paciencia de sus pasos y su baba espesa y nauseabunda.
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