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sábado, 6 de febrero de 2010

1-TY-87
Time goes by...so slowly”.
Madonna

El martes pasado atropellaron a uno de mis hijos. El conductor se asustó y se dio a la fuga. Por eso no escribí nada en este espacio. Cuando recibí la llamada sentía que el tiempo volaba pero que al mismo tiempo también parecía detenerse. Trataba de decirme algo, como abriendo un paréntesis mientras yo tomaba los datos del accidente queriendo eliminar las distancias y teletrasportarse hasta el lugar de los hechos esperando que “de los males -por favor- el menos.” La suerte, la fortuna o la Divina Providencia me colocaron a unas cuantas cuadras del trancazo y al oír cómo me decía lo que había pasado me sentí flotando entre “cordilleras” y “sierras” tratando de encontrar la esquina de Sierra Ventana y Sierra Breña. Un tope y un montón de pedazos de motocicleta negra tirados en el suelo me anunciaron que había llegado y antes de verlo tirado en el suelo ya alcanzaba a escuchar sus gritos al no poder mover la pierna: tenía fracturados la tibia y el peroné y un bondadoso vecino se la había inmovilizado con cartón y algunas vendas. Me puse a su lado mientras traspasaba un círculo de protección intangible que tenía a su alrededor; unas veinte personas que al oír el golpe y después los gritos salieron a ayudarlo. Me bajo del coche y tratando de mantener la calma trato de calmarlo yo a él. Ya le han traído agua, le toman la mano, le tapan el sol, me dan las placas, me explican lo que oyeron y lo que no vieron; el tiempo que ha trascurrido desde el momento que advirtieron el accidente. Hay una esfera de buena voluntad alrededor de él. La ambulancia y tránsito tardan un poco, no mucho pero en esos momentos quisieras que aparecieran por arte de magia, casi sin necesidad de llamarlos. Al fin llegan y un oficial de la policía auxiliar se ofrece a ir por una de mis hijas para que me ayude con todo lo que se avecina. Llega la ambulancia y lo atienden, le mueven con cuidado, le inmovilizan la pierna y lo suben en la ambulancia. Yo voy atrás y entre la confusión me viene a la cabeza la colecta anual pues es una ambulancia de la Cruz Roja y pienso que a todos se nos ofrece algún día y sería bueno tenerlo más consciente. Vamos despacio por carranza y luego Arista porque –me cuenta luego- los topes, los baches y el adoquín le retumban en los huesos rotos. Llegamos a urgencias del hospital y poco a poco las cosas empiezan a fluir. El médico de guardia, llamar al ortopedista, los papeles del seguro, radiografías, cirugía, clavos, tornillos, muletas, andaderas, suero, inyecciones, sedantes, cirugía, recuperación, visitas de amigos y familiares y por fin, el alta y a casa. Quiero agradecer a todos los que sí hicieron algo por mi hijo, gracias porque quedarse tirado en la calle con los huesos rotos no son enchiladas. Tampoco lo es salir de la comodidad de tu casa y atender a quien sabe quién y además de eso todavía llamar e ir a verlo al hospital con todo y chocolatitos. Yo soy una escéptica de las bondades humanas quizá porque he visto o me he fijado más en el lado negativo y perverso de la gente. Pero a pesar de las circunstancias creo que esa masa desconocida que estuvo ahí ese día para tomarle la mano y auxiliarlo mientras llegaba yo, es una de las cosas más bonitas que he visto en mucho tiempo y por eso me tomo la libertad de usar este espacio para reivindicar a todos lo desconocidos y anónimos que sin ser responsables, familiares o amigos tienden su mano todos los días en este tipo de accidentes. Creo que gracias a ellos la víctima tiene en quien apoyarse y es un factor determinante en esos momentos. Es domingo y dice que aún tiene grabado el ruido cuando del impacto. Su recuperación física llevará un tiempo y el doctor nos explica que tiene buen pronóstico. Paso por la calle del accidente intentando “ver” cómo sucedió. Recojo pedazos que quedaron tirados y pienso que son sólo eso: cachos de moto lo que quedó inservible y que mi hijo está vivo y yo le doy gracias…no solamente a Dios: GRACIAS Martosa898@hotmail.com

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