Leo lo que Yolanda Zapata escribe sobre la presentación de Savater y muero un poco de la envidia; yo no pude ir. Savater no me escogió a mí aunque leí sus libros en una época en la que por mi edad y mis circunstancias se convirtieron en una luz muy especial. Pero debo ser sincera al reconocer que no me acuerdo ni media palabra de lo que en sus libros dice tan renombrado autor. El día de su exposición fueron otros acontecimientos los que demandaron mi atención, mi presencia y todas mis vísceras juntas: la muerte de uno de mis hermanos.
Quise escaparme de ella para evitar que lo llevara consigo pero mis maniobras fueron insuficientes. Recé, lloré y escribí en este medio con el fin de hacer un frente común pero como dicen en los libros: “era demasiado tarde”. Así que esa flacucha que concebimos como imagen de la muerte nos dejó con un gran vacío, una tristeza que no logro acomodar ni en mi cuerpo ni en mi alma. Uno se prepara y no; sabe y no; supone cómo será y no. Físicamente tengo un hueco entre las costillas y el estómago, mentalmente “no me hallo” y doy a gracias de tener mucho quehacer para no llenar las horas vacías con tan cotidiano acontecimiento: la muerte. Entonces los demás, los cercanos y muchos más nos quedamos en la vida con ese desconcierto indeterminado e indescriptible; funcionando en piloto automático hasta que uno calienta motores y puede andar por sí mismo. En fin: gracias a todos los que nos acompañaron en este camino. Ahora hay que darle la cara a la vida, olvidando y no, que la muerte está viva y vive entre nosotros. Que se aparece por costumbre sin invitación. Que le gusta sorprender, asustar y causar destrozos, conflictos y anomalías sociales e individuales. Pero aunque la ahuyentamos casi “de oficio” en el fondo la aceptamos como parte de esta energía que somos y que nació y morirá teniendo nuestros cuerpos como recipiente; que cumple su proceso hasta que se extingue y se transforma a través de esto que llamamos supremamente muerte. Es cierto también que intelectualmente hablando todos la entendemos, la explicamos, la describimos, la analizamos, la sintetizamos y la interpretamos pero cuando se nos acerca demasiado todos los argumentos desaparecen, se los lleva la tristeza y la ausencia que anuncia una permanencia tan infinita como nuestro resto de años de vida. Sería momento de parafrasear a Borges, a Fuentes a Paz o a Sarámago. De interpretar los trabajos de Posadas y traer del mundo fantástico nuestros ritos -mezcla de profano y divino- pero no me vienen a la cabeza ni sus frases menos sus posturas. Sólo tengo la noción de que son sus ideas lo que en algún momento apaciguan nuestros mudos lamentos, nuestros cuestionamientos, nuestra rebelión ante algo cuya contundencia no compite con ningún otro evento en la vida. Es obvio que en nuestro concepto de mundo todo lo que inicia tiene un final, pero es algo que aún no procesamos, que nuestro metabolismo cerebral no acepta tan naturalmente como el nacimiento que es su otro extremo. Yo quiero pensar que en este caso la vida que termina deja además de lo que ya mencioné un sin fin de risas y de alegrías, de satisfacciones y deleites con que salpicaba la conversación. Una serie de momentos que me permiten dar gracias a la vida por haberme dado un hermano como él. Que en paz descanses querido Pascual.
miércoles, 17 de febrero de 2010
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