Para efectos de este relato lo llamaré Juan José y es originario de esta ciudad. Trabaja en un taller de motocicletas y el miércoles pasado haciendo unas reparaciones en su vehículo, se le enredó la franela en la cadena de la moto y le agarró el pulgar derecho. Fue trasladado a la Clínica del Seguro Social que está en las calles de Cuauhtémoc y Melchor Ocampo en donde después de muchas horas le dijeron que requería cirugía reconstructiva. Juan José es un hombre muy serio y también paciente pero este pequeño accidente requería algo más que ser un hombre paciente.
En espera de la cirugía le indicaron ayuno con el fin de prepararlo para la operación que podría ser en cualquier momento (horas, días y noches completos). Así que se le presentaba una prueba de paciencia más otra de resistencia a la mundana sensación de comer. Debido al trajín del hospital, el número de derecho- habientes demandando servicio médico contra el número de doctores, especialistas y cirujanos, Juan José sigilo esperando así hasta el viernes, día en que debido a una infección contraída en la expectativa de la cirugía y falta de aplicación de antibióticos, la cual tuvo que ser combatida y eliminada antes de poder programar la intervención que requería desde su arribo, cuando no estaba infectado de nada: más días sin comer en una sala con atestada de enfermos y de familiares a su cuidado. Debo decir que la mujer de Juan José trabaja conmigo y han llegado a ser junto a su hijo de 7 años, gente muy querida y apreciada por mi familia. En esta parte de la historia ella deja a su hijo a las 8 en la escuela y corre al hospital para alcanzar al cirujano en quien recae la decisión de operarlo o no. Sin embargo el doctor no parece tener tiempo para Juan José; nos dicen que no hay forma, que hay cirugías que son más urgentes, que no hay médicos suficientes, que no hay quirófano disponible o que van a subrogar un médico externo para atender el caso. Llega el fin de semana, Juan José lleva 3 días internado por un dedo que requiere cirugía y cada día se le dice que lo operarán mañana. A estas fechas el patrón ya ha interpuesto una queja a la Delegación responsable y se ha entrevistado con la subdirectora quien promete que será intervenido el lunes por la mañana, así que más paciencia , menos alimentos, más oportunidad de infecciones esperando llegue el lunes y la cirugía. Amanece el lunes en el Seguro. Le llamo a su esposa a media mañana para preguntar si ya salió, cómo está y cuándo lo dan de alta pero la operación no llegó. La razón ella la desconoce. Le dicen que el martes. Martes: estoy en la clínica preguntando por el paciente. Me presento en el segundo piso después de pasar salas de espera con la capacidad al tope y en la central de enfermeras pregunto por Juan José; “¿qué es de Usted” contesto que trabaja conmigo y me dicen que “parece que está en el quirófano”. Pregunto que a qué hora está programada la cirugía y me dicen que depende del tráfico en quirófano. Salgo y antes de llegar a la salida decido volver a preguntarle a la subdirectora por Juan José. En el mismo tono descuidado e impersonal su asistente me dice después de un interrogatorio parco, y cortante que espere. Ella entra con la subdirectora quien después de “atender” a alguien más (doctores y enfermeras que salen y entran de su oficina me manda decir que busque al jefe de cirugía, el Doctor Piñero quien al escuchar que pregunto por él de parte de la subdirectora le dice a su secre asistente: “dile que pase”. Su escritorio está detrás de un pizarrón con lo que divide su área con la de recepcionista de manera que escucha quién está en la puerta pidiendo informes. “Dígame” me dice. “vengo a ver la situación del señor Juan José”. “¿Qué cama?”. “La 15 en segundo piso”. “¿Qué Doctor lo atiende?” pienso en responderle que ninguno pero lo evito porque de por sí ya lo siento predispuesto (yo también lo estoy) pero le contesto que no sé el nombre y trato de explicarle el caso. Pero me interrumpe y aprovecho para señalarle “la amabilidad que caracteriza a la institución” y por supuesto que estoy siendo muy educada pero muy irónica. Él se molesta y muy educadamente me empieza a regañar. Me reprende diciéndome que cómo uno pregunta él contesta. Me niego a aceptarlo porque evidentemente no es así pero como no me lo puedo echar encima, lo dejo hablar hasta que me toca el turno y le hago una semblanza del caso. Él se deslinda diciéndome que conoce “el caso” y la queja que ya se ha interpuesto, que se habló de ello en la reunión del día de ayer, que la subdirectora dice y desdice, que él trabaja con los médicos que hay y con los recursos que le otorgan. Yo le digo que el empleado paga una cuota y el patrón otra y que sirve para no ser atendido, infectado y maltratado, que debe entender la postura del enfermo y de quien paga las cuotas pero no se hace cargo. Argumenta que no le toca el contacto con el paciente sino tratar de administrar los recursos médicos y humanos y materiales que le dan para operar. Ya me ha ofrecido asiento porque antes de señalarle su amabilidad ni eso pudo ofrecer. Finalmente me dice que el paciente está en quirófano, que qué bueno que se puso la queja ante la Delegación regional, que así le ayudamos a que le se pueda mejorar el servicio, etc., etc. Me alecciona diciéndome que venga más tarde a ver al paciente, que a él le pregunte su estado o a su esposa. Es decir que ya no vuelva con él porque no podrá darme esos informes. Salgo y las salas de espera están más llenas. Una señora cambia sus medias y sus zapatos en el pasillo quizá preparándose para la consulta. Otra señora, pálida y muy delgada espera entre las puertas de entrada y salida en una silla de ruedas. Le da el aire, está sola. No dejan entrar a toda la gente porque no hay espacio ni para el paciente ni para quienes lo acompañan. Un hombre de unos 40 años bien vestido camina por un pasillo. Tiene color de enfermo. Trae una cachucha e imagino que está rapado, que tiene cáncer, que viene por su medicamento, que hay que usar el IMSS en estos casos debido al costo que implica. Me voy pensando en que espero sea cierto que Juan José está en quirófano, que lo den de alta para que no corra más riesgo dentro del hospital. Me voy enojada pensando en el rollo de los políticos: el seguro popular, la quiebra en la que están todas estas instituciones, la deficiencia, la indiferencia, la masa de gente enferma: la demagogia mexicana a la que nos hemos acostumbrado como un mal inherente a nuestra identidad y nacionalidad. Me da coraje ver lo que somos como país. Hay que ser muy desvergonzado para decir tantas mentiras y pienso en tantos funcionarios, tantos senadores, tantos diputados, tantos y tantos. Pienso en mi deseo que algún día, por alguna razón caigan en las garras del IMSS y veremos entonces si legislan igual, si mienten igual, si prometen igual. Mientras tanto a pagar sus cuotas empleados y patrones porque estamos en las garras del IMSS.
miércoles, 28 de abril de 2010
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